lunes, 9 de mayo de 2011

La importancia de unas elecciones

Todas las elecciones son trascendentales, y como ciudadanos no podemos desentendernos de quienes deben ser nuestros representantes.

Sin duda muchos pensarán, más aún en el momento actual, que para que les sirve un Ayuntamiento, una Comunidad Autónoma o un Presidente del Gobierno. Que ninguna de estas instituciones ha hecho nada para mitigar su drama personal o encontrar una solución a su situación de desempleo o de trabajo sin derechos en la que están.

Puede que esté calando ese pesimismo en los ciudadanos y que la mal llamada clase política no esté contribuyendo a rebajar esas cotas de pesimismo, pero renunciar al voto, es tanto como renunciar a nuestra condición de ciudadanos.

Y es que el voto es lo que nos hace ciudadanos. El voto es la esencia de la soberanía popular. El voto es un acto que nos iguala a todos. El voto tiene el mismo valor, venga de donde venga, lo deposite un electricista que acaban de despedir de una empresa, o el dueño mismo de esa empresa.

El voto es el único instrumento que nos permite cambiar la realidad de las cosas. Por eso el derecho a elegir y ser elegido es la base de nuestra democracia. Y sólo conseguiremos una democracia mejor cuanta más gente ejerza su derecho al voto, en todo los ámbitos: en unas elecciones generales, municipales o autonómicas, pero también en unas elecciones a representantes de alumnos en la universidad, o de comité de empresa, o de asociación de vecinos, o dentro de los propios partidos políticos, que articulan propuestas homogéneas a la ciudadanía.

Sólo con la participación activa, comprometida y ciudadana seremos capaces de revertir el grado de escepticismo, apatía y desinterés que tenemos instalados en nuestra sociedad.

Por eso hay que ir a votar, ir a votar lo que queramos, a votar lo que nos salga de dentro, de la cabeza, del corazón, del estómago o de las entrañas, pero votar.

Hay que depositar un voto exigente con quienes nos representan, un voto crítico. Y nuestros gobernantes deben asumir que el voto no es un cheque en blanco, sino una muestra de confianza.

Por eso, no hay mayor traición a la democracia que cuando un representante defrauda la confianza de los representados buscando un interés particular e individual, un beneficio propio y no el bien común de todos los ciudadanos.

Ha llegado el momento de expandir nuestra democracia, en todos los ámbitos. Ha llegado el momento de dejar el protagonismo a los ciudadanos, que cuentan con nuevos instrumentos de información y relación.

Sin duda seremos más pobres y existirán más desigualdades si cada vez votan menos personas, si cada vez participan menos personas en los procesos democráticos, o si estos procesos acaban convirtiéndose en meros legitimadores de decisiones de un pequeño Sanedrin.

Ya no hay excusa en la calidad de los representantes, puesto que todos nosotros somos responsables de nuestros actos, y no hay peor forma de perpetuación de la mediocridad y el oportunismo que el desinterés de los ciudadanos por la política.

Sólo hay una forma de evitar que nuestras instituciones se llenen de políticos mediocres y oportunistas y es participando activamente en política. Bien sea con un voto crítico, responsable y atento, o bien sea dando un paso más y comprometiéndose con un proyecto.

Ha llegado la oportunidad de participar, ha llegado el momento del voto, ha llegado el momento del compromiso.

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